30 mayo 2006

El arte frente a la experiencia

Atocha, 20 mayo 2004

El arte es necesario. El arte permite mostrar, transmitir… hacer sentir. El arte abre los ojos o enseña al que los tiene abiertos, sin embargo, no deja de ser una ilusión. El mago puede ser muy bueno y hacer creíble el truco, pero cuando salimos del museo o comienzan los títulos de crédito somos conscientes del engaño. Hemos podido ver o aprender… pero cuando acaba la ilusión, nuestra vida vuelve.

Las experiencias simplemente son. Las experiencias obligan a sentir, “esclavizan” al que las vive, echan raíces. Juegan al revés que las artes. Al principio, incluso pueden parecer mentira, un sueño, un error… un “no puede ser cierto”. Mientras se esperan unos títulos de crédito que no llegan, la vivencia se queda dentro de uno y se extiende hasta que llega a todas partes: los pensamientos, los sueños, las ilusiones y desilusiones, los miedos... la forma de ser. Eso implica, por ejemplo, que dejas de coger un tren, o que no soportas el olor de tus empastes, o que no quieres encontrarte por nada del mundo con una vecina que perdió a su hija en el mismo campo de batalla en el que tú sobreviste.

No sólo es que no llegue el final del espectáculo, sino que, además, forma parte de ti y, por ello, condiciona tus actos, tus pensamientos y tus sentimientos. Cambia tu visión del mundo, sonríes o lloras por cosas que antes te dejaban indiferente. En definitiva, entra en tu vida por obligación, se queda y modifica todo, consciente y, sobre todo, inconscientemente.

"Probablemente eso no se puede contar" decía Daniel A. Verdú en su post. Probablemente. No se pueden arrancar las raíces para mostrarlas porque, aunque se pudieran enseñar, no entenderíamos hasta dónde alcanzaron y cómo movieron la tierra.

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